Los fantasmas del Blanquillo
Entre los giros secretos
que van formando las brisas
hacia ella avanzan inquietos,
entre canciones y risas,
larga fila de esqueletos.
Salvador Rueda
En una especie de plazuela llamada de Vib-Arragel, que existía frente a la histórica puerta que se conoció con el nombre de la Barqueta, hubo un ancho terraplén, elevado a la altura de la muralla, al cual se subía por dos escaleras cómodas y desahogadas.
Este sitio era conocido con el nombre del Blanquillo, ignoro por qué causa, y era lugar tan sombrío y de tan triste aspecto, que sólo el contemplar aquellas negruzcas paredes, que llegaban al río, aquellos robustos torreones que las cercaban y aquellas zarzas que entre las piedras crecían, inclinaba el ánimo a las ideas melancólicas. Por eso el vulgo nunca miró con buenos ojos el Blanquillo, y a propósito de él contábanse cien historias— 179 —de fantasmas y encantamientos desde tiempos muy remotos, llegando tanto las supersticiones, que uno de los actos más heroicos que podía entonces cometer un jaque[1] sevillano era ir de noche al terraplén y pasearse allí algunos ratos tomando el fresco.
Cuando las nocturnas sombras caían sobre la población, el Blanquillo tomaba un tinte singular y fantástico, y en aquellas horas de tinieblas salían los espectros y los duendes con todo el aparato que tales alimañas traen consigo.
Los torreones que rodeaban el terraplén servían de albergue a los brujos y brujas, a quienes muchos juraban haber visto correr por los aires, atravesar el río sobre las aguas y ejecutar otras muchas habilidades de esta calaña.
En el Blanquillo decíase que un moro descomunal enterró viva a una doncella hija suya que dejó de serlo por cierto caballero cristiano; allí los judíos habían sacrificado muchos chiquillos con gran refinamiento de crueldades; allí aparecieron un día los cadáveres de dos amantes que tuvieron el mal gusto de escoger aquel sitio para sus amorosas expansiones, y allí, en fin, ocurrían todas las noches las más extraordinarias y terribles cosas que pueden imaginarse.
Pero uno de los sucesos que más consternaron al vecindario y a todo el pueblo de Sevilla fue el que vamos a narrar, acaecido, si no miente la tradición, en los comienzos del siglo XVII, que fue siglo de cosas estupendas y nunca vistas.—180 —
En el barrio famoso de la Macarena, donde siempre habitaron hombres de conciencia ancha, perdonavidas y barateros[2], había uno que solía tener a raya a los valientes, gloriándose de haber despachado para el otro mundo a varios formidables ternes[3], por lo cual su fama era grande y por todos los de su jaez estaba públicamente reconocida.
Cierta noche de invierno serena y clara encontrábase el matón reunido con varios amigos en una taberna, y no se sabe por qué se habló de los fantasmas del Blanquillo, contándose algunas de las últimas hazañas de ellos, y muy particularmente de las que cometía uno que a las doce en punto de la noche salía a pasearse por la muralla hasta el convento de San Juan de Acre[4].
Hizo el valiente macareno[5] burla y chacota de aquellas niñerías; y como manifestase a los suyos que habíanle entrado deseos de entendérselas con el tal fantasma para quitarle las ganas de hacer más sandeces, dijéronle los amigos que fuera a buscarle al mismo Blanquillo, donde no tardaría en topar con él.
No quiso el mozo desperdiciar la ocasión de perlas que se le ofrecía para dar una prueba más de su heroísmo, y prometió que aquella misma noche iba a concluir con cuantos fantasmas le viniesen a las manos. Dudáronlo algunos, creyéronlo otros, hablóse mucho y nació una apuesta, que el terne prometió cumplir; y de allí a poco salió de la taberna acompañado—181— de sus amigos, que le dejaron en las tapias del convento de Calatrava, siguiendo él resueltamente hacia la plaza de Vib-Arragel.
Quedóse solo nuestro hombre, y comenzó a subir la escalera del Blanquillo en el momento en que las campanas de la Giralda daban las dos de la noche. Todo era silencio en aquel lugar; la luna sólo se veía en algunos intervalos por entre espesos nubarrones, el frío era intenso, y en conjunto el aspecto de aquel cuadro no podía ser más imponente.
Llegó el mozo al centro de la explanada y se detuvo largo rato, paseando luego con el mayor sosiego, y cuando mis tranquilo se figuró que podía estar, vio con gran sorpresa que por el filo del asiento que rodeaba el Patín de las damas[6] avanzaba una figura, que mal podía calcular de dónde saliera, cubierta con blanco traje, tapado el rostro por un capuchón blanco también y de larga punta, y llevando en sus manos una larga vara, en cuyo extremo superior ardía cierta llama azulada y fatídica.
Dirigió el valiente algunas palabras al fantasma, pero éste no hizo caso alguno, y sin amedrentarse por las bravatas siguió su marcha reposada hasta colocarse cerca del macareno.
Éste, a pesar de sus bríos, sintióse sobrecogido un punto, y echando mano a un pistolón que llevaba al cinto, apuntó e hizo fuego dos veces sobre el blanco personaje; mas, cuando esperaba que el fantasma caería desplomado a sus pie, observó con —182 —asombro que éste se llevaba la mano izquierda al pecho y sacaba de su seno las dos balas que el macareno le había disparado.
Entonces nuestro hombre quedó atónito, un sudor frío corrió por su cuerpo, turbóse su vista, y cuando iba a emprender rápida fuga descargaron sin saber cómo un golpe tan violento sobre su cabeza que cayó en el suelo sin sentido.
Por la mañana el cuerpo del terne apareció flotando sobre las aguas del río, cerca de San Jerónimo, sin que dieran ningún resultado cuantas diligencias practicó la justicia para esclarecer este misterioso crimen.
Y si, lector, dijeres ser comento, como me lo contaron te lo cuento.
FUENTE
Chaves, Manuel. Páginas sevillanas: sucesos históricos, personajes célebres, monumentos notables, tradiciones populares, cuentos viejos, leyendas y curiosidades, (s.l.) (s.n.) 1894, pp. 179-182.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Jaque: coloq. Valentón, perdonavidas. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[2] Baratero: adj. desus. Engañador, tramposo. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[3] Terne: adj. coloq. Que se jacta de valiente o de guapo. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[4] Hoy desaparecido; estaba situado al final de la calle de San Vicente. En su lugar hoy hay un comedor social atendido por las monjas de San Vicente de Paul. RODRÍGUEZ AZOGUE, A., and V. AYCART LUENGO. "San Juan de Acre. La historia recuperada de un barrio de Sevilla." (2007).
[5] Macareno: Guapo, majo, baladrón. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[6] Suárez Garmendia, J.M. (1988). “El Patín de las Damas: un lugar olvidado”. Laboratorio de Arte, 1, 199-214.