El abad y el diablo
¿En qué país no existen torreones o puentes construidos por el diablo? ¿Quién puede igualar a este sabio arquitecto en la solidez y el número de obras? Dícese que al fin de cuenta, el diablo siempre hace de las suyas y que nunca se mueve sin fin determinado y que este fin siempre es siniestro; pero también debemos convenir, ateniéndonos a antiguas leyendas, y a generales tradiciones, a que tiene un carácter muy amable y servicial, buen genio, y sobre todo, muchísima paciencia. Si se necesitase demostrar hasta dónde llega en él esta preciosa cualidad, no tendríamos más que apelar a cualquiera de los idiomas conocidos y, en sus frases familiares encontraríamos fácilmente la comprobación apetecida.
—Que se vaya al Diablo: decimos nosotros cuando nos anuncian la visita de un acreedor.
—El Diablo es ese hombre, cuando alguno consigue lo que nos parece poco menos que imposible.
—Estoy dado a los demonios, a Satanás, o al Diablo, cuando nos pone de mal talante el éxito fatal de nuestros proyectos.
—Al diablo con todo, cuando cansados de luchar contra una dificultad o de dar coces contra el aguijón, abandonamos con desesperación un proyecto agradable.
—Mire V. qué Diablo, cuando..... Pero ¿a qué cansarnos? El diablo es siempre nuestro esclavo, nuestro comodín, nuestra persona paciente; y como precisamente necesitamos a todas horas quien sufra nuestras impertinencias, quien pague las consecuencias de nuestras culpas, quien arrime el hombro para llevar la carga de nuestros vicios, resulta que no podemos pasarnos un instante sin nuestro enemigo natural, lo cual prueba que es el ente más cachazudo, bonachón y Juan Lanas[1] de todos los creados.
Y como también el hombre abusa de la paciencia del Diablo, sin que éste se dé por ofendido, los moralistas que conocen su astucia y malignidad aseguran que en la tal paciencia del Diablo no todo es virtud, y por último, que al freír será el reír.[2] Poco más o menos pueden llevar este refrán por epígrafe todos los cuentos en que Satanás representa principal papel.
Entre los innumerables que forman la colección de las cocinas de aldea durante las veladas del invierno, recordamos uno cuyos pormenores han corrido siempre muy acreditados entre los sencillos habitantes de—340— los lugarejos inmediatos al cabo Prior, llegando hasta tal punto la credulidad de aquellos pobres campesinos, que se incomodan muy formalmente con cualquiera que no crea como artículo de fe que el Diablo construyó la iglesia de Nuestra Señora del Coro, la más antigua y sólida de toda la comarca.
He aquí cómo refieren la construcción de esta obra de arquitectura, que según la tradición, debemos los cristianos al príncipe de las tinieblas:
Había en otro tiempo un abad, gran siervo de Dios, cuyas virtudes inquietaban mucho al Diablo, (se asegura que éste tuvo tentaciones de ahorcarse, cuando aquel murió en olor de santidad) al paso que servían de ejemplo a todos cuantos se le acercaban.
Perseguíale sin cesar el enemigo malo, presentándole en sueños el halagüeño cuadro de los placeres mundanos, las delicias de una vida disipada y los goces que produce al alma la satisfacción de los vicios.
El santo varón por su parte rechazaba con valor cristiano todas aquellas tentaciones; mas, viendo que el contrario redoblaba sus esfuerzos, creyó que lo más conveniente era edificar una iglesia (por no haberla en el pueblo, era este del dominio de Satanás), a fin de que quedase para lo sucesivo santificada una tierra, que de padres a hijos había sido hasta entonces un barrio no muy distante del infierno».
Y aquí comenzaron las dificultades para el pobre abad.
¿Quién había de acarrear la piedra? ¿Quién dirigiría la obra? ¿Cómo fundir las campanas? Los mozos del país no servían para estas faenas, porque todos eran mancos, o cojos, o jorobados.
El abad pedía al cielo que le iluminase en su proyecto, cuando se le presentó el diablo a hacerle proposiciones.
—¿Ves esta iglesia? le dijo enseñándole una que había dibujado con sangre en un pergamino. Pues bien; me comprometo a levantarla de piedra sillería en el término de tres días con sus noches, si aceptas mis condiciones.
—¿Cuáles son? le contestó el abad sorprendido.
—No has de hacer la señal de la cruz durante tres días y tres noches, pues de lo contrario tendré que abandonar la obra.
—Acepto, dijo el abad, que quería tener iglesia a todo trance.
—ltem más, repuso el diablo, has de permanecer tres días y tres noches de rodillas haciendo oración y sin cerrar los ojos: si faltas a esta condición esencial, me pertenecerá tu alma.
—Acepto, repitió el abad, confiando para no dormirse en la misericordia divina.
El diablo desapareció, volviendo de allá poco con un arquitecto de su confianza, y dio principio a la obra. Esperaba que el cansancio y el sueño abatirían las fuerzas del virtuoso abad, y siempre que arrimaba una piedra al naciente edificio, le miraba a hurtadillas, para ver si se dormía; pero el celoso siervo de Dios se mantuvo firme con ayuda del cielo durante el plazo convenido; el Diablo, a fuer de honrado, cumplió su palabra, aunque dándose a mil Demonios, y de este modo le obligó el abad a que edificase la iglesia que apetecía y a que despechado y corrido huyese de la comarca para siempre.»
Este es el origen tradicional del Templo de Nuestra Señora del Coro.
FUENTE
Anónimo. “El abad y el diablo”, Semanario Pintoresco Español, 26 octubre de 1851, nº 43.pp. 339-340.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Juan Lanas: personaje proverbial, un don nadie, alguien sin importancia.
[2] Al freír será el reír: al final se verá quién vence