[Leyenda del castillo de Andrade]
Tres expediciones igualmente agradables para viajeros de nuestra especie se nos ofrecían desde Puentes de Eume para escoger; o visitar el antiguo monasterio de San Félix de Monfero, de la orden del Cister, suntuoso edificio bizantino, que dista tres leguas de la villa en que nos encontrábamos, o el notable castillo de los condes de Andrade, que se alza orgulloso sobre un elevado peñón a menos de media legua; finalmente la antiquísima colegiata de San Juan de Caaveiro, distante dos leguas.
Nos decidimos por este último, a pesar de lo escabroso del camino y quizá por lo mismo, contra la opinión de Mauricio, que quería ir al castillo persuadido de que unido a él habría alguna leyenda como en general acontece con estas fortalezas.
Caunedo le dijo, que en efecto tenía su leyenda correspondiente el castillo de Andrade, pero que no era necesario visitarlo para contarla, en prueba de lo cual se comprometía a referirla él, a falta de mejor narrador, mientras fumábamos un puro después de cenar, que por el pronto era la necesidad más urgente. Cenamos con efecto, y nuestro amigo dio principio a su narración en estos términos:
El conde de Roade era uno de los nobles más poderosos de Galicia en el siglo XV, pero también uno de los más déspotas y crueles.
El castillo que habitaba, llamado de los Salgueiros, y situado en el monte de este nombre, que se halla entre Betanzos y Lugo, en el camino de la Coruña a la corte, nada tenía de imponente ni de guerrero; era más bien un caserón sombrío, lúgubre y siniestro, cuya única defensa consistía en sus murallones robustos y elevados.
Gracias a esta circunstancia, en nuestros días ha podido servir de parador de diligencias, luego de mesón, y por último, en la pasada guerra civil de fuerte para un destacamento que se estableció allí con objeto de proteger los correos y transeúntes.
El conde de Roade era soltero, y un día despachó a su paje favorito Rogin-Rojal al castillo de Andrade con objeto de pedir en matrimonio a la bella Laura, única heredera de este apellido. Laura amaba al caballero de Guimil; que a la sazón se hallaba en la guerra, y su padre, anciano y achacoso, no solo lo sabía, sino que aprobaba estos amores; pero sin embargo, consintió en que diese la mano de esposa al señor de Salgueiros, más por miedo que por voluntad, no hallándose en estado de arrostrar las consecuencias de una negativa.
Laura, pues, se sacrificó por amor a su padre, sin lograr, sin embargo el objeto, porque el anciano, sea por efecto de la pena que le causó este suceso, o a consecuencia, como algunos dicen, de unas yerbas que le hizo dar su yerno, impaciente por heredarlo, el resultado es que murió muy pocos días—39— de verificada la boda, con lo cual la infeliz Laura quedó sola en el mundo, entregada a su tirano, que este nombre, más que el de esposo, merecía el de Roade por el trato que la daba.
La heredera de Andrade cayó en una tristeza mortal, y por un efecto del corazón humano, que tiene fácil explicación para todos los que han sufrido penas en el mundo, sus meditaciones se concentraron en un solo objeto; el amor del caballero de Guimil.
La ilusión es hija de la esperanza, como la esperanza es compañera de la ilusión; sin una y sin otra la vida fuera insoportable; sobre todo, en esos tristes momentos en que no le queda al hombre más que el llanto por único consuelo.
A fuerza de meditar Laura en sus pasados amores, a fuerza de pensar en su felicidad perdida, llegó a concebir esperanzas para el porvenir; una esperanza vaga, incalificable, indefinible, pero suficiente para sostenerla e impedir que sucumbiese.
Ciertamente que la esposa del de Salgueiros no tenía muchos motivos para alimentar ilusiones, pero ¿no son éstas disculpables a los diez y ocho años?
Tal era la disposición de su ánimo, cuando verificó el conde de Roade una salida a recorrer sus estados, dejándola encomendada a su fiel paje Rogin.
Miraba la condesa a este con particular agrado, porque era también el único en el castillo que la trataba con cariño; pero estaba muy lejos de sospechar que sus deferencias con el paje hubiesen infundido en él una insensata pasión, hasta que una tarde que estaba en su gabinete, sola, lo oyó de su propia boca.
La condesa escuchó con indignación las pretensiones de Rogin, y le prohibió que jamás volviese a presentarse en su aposento.
Algunos días después de este suceso, y cuando Laura ya lo había olvidado, se hallaba una noche asomada a una de las ventanas de su cuarto que daban sobre el foso, y le pareció oír pronunciar su nombre con voz casi imperceptible.
La primera idea que le ocurrió, fue que el paje se valía de este medio para insistir en sus amores, y ya iba a retirarse indignada, cuando la repetición de la voz la contuvo, porque conoció que se había equivocado.
Quien la llamaba era el caballero de Guimil, y creo excusado decir cuanta seria la sorpresa de la castellana[1].
Entablóse un diálogo entre los dos amantes, cuyo objeto ya pueden vds. adivinar. Reconvenciones por parte del caballero, disculpas de la dama, protestas de amor, y por último, una cita para la noche siguiente, en que el enamorado joven se aprovecharía de una cuerda que le echaría la condesa para llegar hasta la ventana, a fin de no comprometerse hablando a tanta distancia.
Ya era tarde. Aunque el diálogo pasó en voz apenas perceptible, el paje lo había escuchado todo, y tuvo buen cuidado de despachar un emisario a su amo, avisándole lo que ocurría. Estaba agraviado, y no quiso perder tan buena ocasión de vengarse. Volvió el conde precipitada y sigilosamente al castillo, donde enterado de los pormenores, dispuso una emboscada con ánimo de que fuese cogido infraganti el caballero y encomendó a Rogin el que la dirigiera.
Ocultóse éste con dos hombres muy bien armados, en paraje conveniente, y esperaron al caballero. Laura ignorante de cuanto ocurría —40—porque ni aun de la vuelta de su esposo tenía noticia también esperaba a su amante provista de una cuerda nudosa que tenía atada a los hierros de la ventana.
Estaba ya muy adelantada la noche y casi iba perdiendo la esperanza, cuando sintió la señal convenida que era rodar una piedra por la muralla; al piloto echó la cuerda y un hombre se agarró a ella trepando con la mayor velocidad; pocos instantes después estaba en los brazos de Laura; pero antes de que hubiesen podido cambiar ni una sola palabra, la puerta del cuarto de la condesa, se abrió y penetró por ella otro hombre que, armado de un puñal, se dirigió precipitadamente hacia los amantes.
Laura dio un grito y cayó desmayada; entonces se trabó entre los dos hombres una lucha terrible que duró más de media hora, y cuyo término fue quedar tendido exánime el que entró por la puerta.
Los dos antagonistas habían peleado a oscuras y sin pronunciar una palabra; pero al caer el vencido dio un grito tremendo, tan tremendo, que puso en alarma todo el castillo.
Acudieron al lugar de la catástrofe varios criados con luces, y entonces presenciaron un espectáculo terrible. La condesa desmayada, sin dar señales de vida; el conde tendido en el suelo revolcándose en su sangre y Rogin-Rojal herido también y ensangrentado arrimado a una pared.
—¡El conde! gritó Rogin sorprendido.¡Es el conde a quien he muerto!
—Si, dijo el de Roade con voz expirante; has asesinado a tu padre.
El paje cayó anonadado sobre un sitial, y el conde exhaló el último aliento.
La explicación en todo esto es, que el caballero de Guimil tuvo noticia por un confidente de que el señor de los Salgueiros había vuelto al castillo inopinadamente, y sospechando algo de funesto no acudió a la cita.
Rogin que lo esperaba, y que como vds. saben conocía la señal acordada entre los amantes, viendo que no iba, concibió el proyecto de sustituirlo, esperando por este medio conseguir de Laura lo que esta le había negado tan altivamente. Su ánimo era obligarla a huir con él para sustraerse a las iras de su esposo.
Éste, por su parte, cansado de aguardar al paje para que le diese cuenta del resultado de su comisión, se decidió a ir al cuarto de la condesa a escuchar desde la puerta lo que pasaba; cuando vio entrar por el balcón un hombre, no dudó que fuese el caballero que habría escapado de la emboscada por la fuerza o por astucia, y queriendo tomar por sí mismo la venganza se precipitó en el aposento puñal en mano.
Rogin, a su vez, al ver un hombre en el cuarto de Laura e ignorando por dónde había entrado creyó sin duda que sería el caballero, o cuando no, al verse acometido, usó de las armas en su propia defensa, y ya sabemos cuál fue el resultado.
Después de lo ocurrido en esta fatal noche, Laura entró en un convento y el paje, que era en efecto hijo natural del conde, habido en una pobre paisana, se embarcó para América y no ha vuelto nadie a saber de él.
Todavía se conserva en el castillo de Andrade la ventana por donde dicen que Laura echó la cuerda, y aun hoy se llama a la habitación donde murió el conde la Sala de la Lucha.
—¿Y el caballero de Guimil? preguntó Mauricio.—41—
—Se casó a poco, dijo Caunedo, con una heredera rica, y olvidó para siempre a Laura.
—Está visto, añadido, que en materias de amor no valemos los hombres más que las mujeres.
—Eso es según, prosiguió Mauricio. Yo puedo probar que ...
—Mañana nos probarás todo lo que quieras, le interrumpí, porque es muy tarde y tenemos que descansar para emprender nuestra expedición. Un cuarto de hora después dormíamos los tres profundamente.
FUENTE
Mellado, Francisco. Recuerdos de un viaje por España, 1849, tomo II, n.8 pp. 38-42.
Edición: Mª José Alonso Seoane
NOTAS
[1] Castellana: señora del castillo