Las bodas del conde Malo[1]
I
Al pie de fiero monte está un alcázar fiero
que la cerviz no pudo domar de Galatos:
tendido allá a sus faldas yace, cual escudero
al pie de bravo potro que al freno no cedió.
Blanquear de un lado vieras al lóbrego castillo
flotando entre las copas de bramador pinar;
del otro envuelto en sombras le vieras amarillo
sobre un parduzco fondo de rocas destacar.
A solas los vecinos sin voz le maldecían;
sembraba el bosque en torno mas de una triste cruz;
de lejos los viajeros tan solo le veían;
y huían bien de paso al declinar la luz.
No porque ya consagren su ruina las consejas,
no porque en las almenas entonces aquilón
las yerbas agitara cual fúnebres madejas,
o remedara llanos silbando en el salón.
No porque algún fantasma en incansable giro
vagara por los muros con grillos a sus pies:
de vez en cuando oían sólo un nocturno tiro...
de sangre un mudo rastro mostraba el sol después.
Colonias de otro mundo no son sus habitantes
son hombres sí de acero, de fuerte hueso y pro:
los llaman cazadores, más vistos sus semblantes
cazaran sendas fieras, que liebres y aves no.
Y a fe que aun no temía el mísero aldeano
de aquel caballo verde el relinchar fatal,
tendida del jinete la descarnada mano,
ni el casco de herradura sellado en pedernal.
Que aquel jinete aéreo que en sueños hoy le asombra
tenía en sí más vida, y espanto no menor.
iba de un miedo a otro lo que de cuerpo a sombra
al que el mal conde llaman, llamaban su señor.
¡Feliz quien no le vido, quien no sintió su abrazo,
ni su furor, ni el golpe de su manopla atroz,
ni de su voz el mando, más dura que su brazo,
ni el brillo de sus ojos fatal más que su voz.
Ni vido abrirle calle temblando los vasallos,
ni en las nocturnas marchas el brillo del metal,
ni fijos en el patio bullir doce caballos
que aguardan cual los rayos al pie del Inmortal.
Ni vio curtidos rostros fumar durante el día
sentados a la puerta en su traidora paz:
la casa, cual su dueño, en su interior vacía,
sombría y vigilante de fuera cual su faz
Cercóse empero un día de artificial floresta
la casa, y con guirnaldas veló su desnudez,
sonrió por sus ventanas, y se vistió de fiesta,
cual duro pecho que ama por la primera vez.
De caza los trofeos la pared descuelgan
ondean colgaduras, alfombras huella el pie,
depuestos sus enseres los cazadores huelgan
debajo azul librea que mal les cubre a fe.
Asoman los retratos del polvo el ceño innoble,
sillones hay más blancos, y flores por do quier,
suceden lindos muebles, a los de bronce y roble,
y todo la llegada anuncia de mujer.
Y vino al fin de hidalgos brillante cabalgata
y a los villanos luego se dijo vitoread
y apeóse una doncella de azul vestida y plata
de majestuosa frente, de tierna y dulce edad.
Y al asomar del alba, al resplandor de velas,
a aquella blanca mano la suya el conde unió
y era un crujir de sedas y resonar de espuelas
y alegre bisbiseo que el día prolongó.
Y en tanto afuera el vulgo en ponderosa barra
y en campesinos juegos ejerce su rigor.
mal resiste el conde a lucha tan bizarra
el pecho se desnuda celoso de su honor.
Cual paja el tronco agita, y al vencedor agobia —1389—
en sus fornidos brazos, y aun es el dueño allí:
los mozos aplaudieron, se sonrojó la novia,
los deudos murmuraron mirándose entre sí.
Y en su balcón de noche oyó por las montañas
zampoñas responderse, fogatas vio lucir
y en círculo apiñado que blande verdes cañas
de mozos y zagalas parejas discurrir.
Y reseñó cual hato sus bellas de una en una
que el mayordomo a todas juntara a diversión
de buen o de mal grado, danzaban, bien que alguna
flechase entre sus vueltas los ojos al balcón.
Que era galán el Conde, de brío y gracia mucha
en juegos y armas diestro, en fuerza sin igual:
delante las doncellas gozábase en la lucha
en arrojar al polvo al más gentil zagal.
Tal vez las deslumbraba con oro el prepotente
tal vez por entre el bosque las perseguía audaz,
tal vez a sus amores, más tierno o más paciente,
buscaba, nuevo Jove[2], multíplice disfraz.
Ora soldado fuera que con su canto y gala
dejara eternos rastros en pecho femenil;
o pescador que a virgen en apartada cala
al pie de instables olas jurara amores mil;
Ora pastor que amante gimiera con la flauta;
y a pastor de otros montes llevara blanca grey;
y alguna ¡ay! inocente, al cebo vino incauta,
y al fiel pastor un día, señor halló sin ley.
Y sobre el pecho en donde prendió de amor la rosa
entonces vio del Conde brillar la rica cruz,
y vaciló en la danza, y se sentó la hermosa,
y por dar rienda al llanto huyóse de la luz.
Y alguna vista acaso clavada en las ventanas
al expirar las teas, al dar el baile fin,
miraba en las cortinas pasar sombras livianas,
gimiendo ante las luces y risas del festín.
II
Mas ya las copas del festín risueño
circulaban más llenas, más frecuentes;
y en extraños manjares y presentes
los caprichos mostrábanse del dueño.
De luces larga hilera en torno ardían
o en arañas pendían de los arcos;
al festín de los nietos en sus marcos
generación difunta presidía.
Igual blasón se viera en la vajilla —1890—
en libreas, tapices y sitiales,
reflejándolo todos, cual cristales,
do un mismo sol sobre mil puntos brilla,
Veinte en torno se sientan a la mesa
veinte brindis dirígense al estrado
do está la dama del esposo al lado,
y un suspiro su pena a nadie expresa.
Suspiro que a su madre acuso envía
o a sus hermanas, o celosas dueñas
a aquellas horas de placer risueñas
o a la ciudad que en fiestas la mecía.
O halla la mano de su esposo fría.
o de sus ojos el ardor le asusta
o no ve rasgos en su faz adusta
cual los que en danzas vio pasar un día.
—Y al desviar los ojos taciturnas
siniestras caras a su espalda amagan,
y hallase en soledad, y en su alma vagan
de castillos mil fábulas nocturnas.
Ni de viejos atiende a las historias
ni a sus elogios de mejores días,
ni de mozos a apuestas y porfías,
que en su yegua y lebrel cifran sus glorias.
Ni del buen capellán al numen sabio
de oyentes más latinos quizá digno,
ni a los aplausos al juglar maligno
que hiel y coplas vierte de su labio.
Una voz de repente la despierta
que anuncia a trovador desconocido;
el rumor por asombro suspendido,
clavan todos sus ojos en la puerta.
de tiernos años y gentil figura
Entra, la faz cubierta, un lindo paje,
la mano sin laúd, bizarro el traje
saludo humilde tímido murmura.
pláceme la aventura, dijo el Conde;
Digna es del hora y sitio, y de la dama.
y viendo antifaz. ¿Es voto? Clama
doblando al cabeza aquel responde
“trovador sin laúd”, y el noble ríe
“Es Conde sin blasón”, audaz contesta-
bufón al mozo tu vihuela presta
hay quien laúd, y no quien timbres fíe”
Mas del cantor los sones argentinos
fatal recuerdo son que al Conde agita,
profético cantar que ella medita
cual si un ángel rasgara sus destinos.
Canto del trovador.
Ea apagad en copas y en holganza
del corazón recuerdos y pesar:
Ea apagad las teas de venganza:
teas serán los cirios del altar.
Ea apagad del vendaval que asoma
con fuertes cantos la silvestre voz:
Ea cantad, gozad, que a la paloma
enlaza amor el águila feroz.
Fuerte es amor cuando en su cuna bella
cada astro es sol, concierto cada son:
Fuerte e amor que tímida doncella
postra a los pies de protector varón.
Fuerte es amor que coge por trofeo
las rosas todas que a su paso halló
Viven no más las rosas de himeneo[3],
las otras ¡ay! Un viento las secó.
Bueno es, oh Conde, hacer de todas lecho
para formar el tálamo nupcial:
Bueno es triunfar del brazo cual del pecho,
ser en amor más que en poder fatal:
Bueno es verter de los ojos centella,
del soplo fuego, de los labios miel,
Y entre tus flores una hallar tan bella
que de tu sien será corona fiel.
Bella eres, sí, bastante a dar enojos
dama gentil, la fama no mintió:
Bella eres sí, que azules son tus ojos,
tus labios flor que el hombre no besó.
Bella eres sí... más guárdate, oh hermosa,
de envidia cruel o de hechizo traidor,
que hay quien sellar tus labios so[4] la losa,
cegar quisiera tu mirar de amor.
Feliz de ti que espinas en tu lecho
no sentirás, ni crimen en amar:
Feliz de ti que al dormirte en su pecho
otro en su vez no temerás hallar.
feliz de ti.... en ti, su rostro fijo...
a ti su voz, ¡¡sin verle desleal!...
no, que ya el mundo vuestra unión bendijo:
si el pecho no, blasón tenéis igual.
Lustre y blasón que muerto ya el cariño
tiene lugar de corazón tal vez.
Lustre y blasón que unido en cada niño
veréis brillar formando vuestra prez.
Lustre y blasón os cante en fuerte trompa
un paladín o heraldo trovador.
Mas ¿qué se yo de lides y de pompa?
solo probé los campos y el amor.
Supe un cantar, ¡cuan bien le respondía
por los vallados otra amante voz!
Supe un cantar..... más hoy no lo sabría;
dicha y cantar cual sueño huyó veloz.
Supe un cantar.... tu lo sabrás o Conde,
cántalo tú, tú que eres hoy feliz.
No más se canta cuando amor responde
entre la grey, de flores en tapiz.
Pasa el amor; su tumba, bella dama,
mirando estás en cada ser que ves.
Pasa el amor: la antes florida rama
tu fin dirá crujiendo so tus pies
Pasa el amor, que en donde ves abrojos
flores y miel un día vio también;
Y día y noche llorarán tus ojos...
antes de mí lloraron más de cien.
Guárdala tú, la joya que me tiendes,
que a la mujer siempre es su don fatal.
Guárdala tú, que el duelo no comprendes
de verla ornar el seno de un rival.
Guárdala tú, o conde, esa cadena;
rompiste ya la que te di, Señor
las hojas secas ya de una azucena,
pidiera a ti si fuera, ay pastor.
Oh, sea al par durable tu himeneo
cual estos fuegos que en su cuna vio;
Oh, sea al par cordial como el deseo,
como el placer del pueblo que danzó.
Fecundo sea el lecho de tu alcoba
cual hoy mi pecho en esperanzas es,
Fiel como tu, risueño cual mi trova,
cual mi ser dure que acabando ves...
Y era mármol la dama, y fulminante
ardía el Conde alzado del asiento —1393—
expiraron los sones, y el acento
el cantor vino al suelo vacilante.
Y el antifaz voló mientras caía,
desprendióse larguísimo el cabello
mujer, clamaron voces mil al vello[5],
la del Conde no más clamó ¡Lucía!
Deslumbra su bello rostro a la Señora
que en su seno la acoge compasiva
y ora fija en la joven semiviva,
ora en su infiel esposo, triste llora.
Y ese llanto de hiel no vio Lucía
ni del Conde el cariño y el cuidado
clamando ¿a qué dejaste tu ganado?
tu pastor, tu Ramón soy todavía.
Corrió largo murmullo por la sala,
la novia desmayó rasgado el pecho;
veinte siervos cuidábanle en su lecho,
y en sus brazos el Conde a la zagala.
Digno de aquel cantar fue el himeneo,
Digna de aquella noche fue su historia.
El allende[6] del mar vivió de gloria
buscando en la ambición mayor trofeo;
y ella en su yermo tálamo moría,
Y otra dama ocupó su mismo puesto;
y estéril fue aquel tálamo funesto,
porque vida su amor no producía.
José María Quadrado
FUENTE
Quadrado, J.M., “Las bodas del conde Malo” Almacén de frutos literarios, Semanario de Palma. n. 87, 8 de enero de 1843, pp.1387-1393. p. 1292. También publicado en Revista de Madrid -1842 Volumen 3 – pág. 247y Folletin del diario de Barcelona de avisos y noticias, 1842.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Nota del autor Este es el nombre que daban los pueblos de los contornos a un noble de Mallorca que aun a principios del siglo XVII se hallaba establecido en un castillo a las faldas de Galatos[1], ejerciendo un poder omnímodo por todo el distrito. Todavía se enseñan en el patio doce estacas en que de día y noche estaban atados 12 caballos, y un casco de herradura impreso en la piedra. Y cree ver el pueblo aparecer por las noches el Conde Malo sobre un caballo verde. Esta composición forma parte de otras compuestas sobre asuntos de esta isla tan fecunda en tradiciones como en bellezas naturales. Según parece fue don Ramon Burgues de Safortesa (1627-1694). La casa del conde estuvo en Formiguera.
NOTAS
[2] Jove: Júpiter, Zeus griego, que se metamorfoseaba en diversas figuras para sus conquistas amorosas.
[3] Himeneo: boda, forma culta.
[4] So: preposición, bajo la losa (forma antigua)
[5] Vello: verlo, imitación de forma antigua.
[6] Allende: al otro lado, forma antigua.