La torre de las Arcas. TRADICIÓN POPULAR.
I.
Al N. O. de la ciudad de Almería, y fuera de su ya histórica puerta de Purchena, se elevaba, no ha todavía muchos años, robusto aún, y como desafiando a las edades, un macizo torreón al que la voz universal designó, desde época tan remota como ignorada, con el significativo nombre que este artículo encabeza.
De arábiga arquitectura, —192 — pero situado fuera de las curvas, hoy medio borradas por el tiempo, que trazaron los tres recintos con que los emires musulmanes defendieron a la vistosa ciudad[1], su grandeza, su aislamiento, y más que todo la singularidad de su construcción, que no hubiera permitido vivir en él, ni aun siquiera ampararse a sus defensores, si la guerra hubiera sido su destino, hacen de él interesante problema para los arqueólogos, mientras que la fantasía popular creyó que muros, tan impenetrables, sólo para guardar ricos tesoros y no pensadas bellezas, pudieran ser fabricados.
Es opinión bastante generalizada entre los anticuarios almerienses, que la Torre de las Arcas es una de las torres de humos o telégrafos arábigos que formaban la línea que, comenzando en la Alcazaba[2], venía a terminar en los torreones situados en los callejones de Cárdenas: no dejan, sin embargo, — 193— de presentarse contra ella serias objeciones.
Mas dejemos a los sabios que disputen, que si disputan es porque ninguno ha tenido valor para salir de su casa a media noche el único día del año en que un genio desconocido viene a hacer patente al mundo estos escondidos secretos, y rico además, casándolo con una princesa, la perla de las arábigas sultanas, al que se atreva, sin más que pronunciar una palabra, a librarla del largo e inmerecido encantamiento que ajenas culpas, que no las suyas, debieron haberlo condenado. Oiga, oiga el lector lo que por tan lamentable abandono se han perdido, según puntualmente me lo relató una de las comadres más sabedoras de mi barrio. —194 —.
No hay horas más misteriosas que las que comienzan a correr desde las doce de 23 de junio[3] hasta el amanecer de aquella mañana
Donde moros y cristianos
Hacen gran solemnidad;
la naturaleza y el espíritu producen sus dones más preciados:
La mañana de San Juan,
Cuaja el almendro y la nuez;
También cuajan los amores
De dos que se quieren bien. — 196 —
Todos los sentimientos se subliman entonces, porque, como también dice el romance, es un tal día
Que llaman señor San Juan,
Cuando los que están contentos
Con placer comen su pan,
Cuando los desconsolados
Mayores dolores dan,— 197 —
todas las creencias religiosas parecen confundirse; hoy, como en tiempo de los celtas; se recoge la sagrada verbena, a quien el vulgo atribuye, por el benéfico influjo de esta noche, virtud especial para la curación de las enfermedades; hoy, como en los siglos gentílicos, se da el mayor valor, aún por personas cuyo cristianismo no es dudoso, a las palabras misteriosas, a los presagios, a las figuras, atribuyendo a los hechos más comunes una significación mágica y profética, y el árabe y el cristiano deponían las armas mientras que sus esposas y sus hijas se levantaban muy de mañana para recoger flores, según atestiguan repetidamente los romances:
La mañana de San Juan
salen a coger guirnaldas
Zara, mujer del rey Moro,
con sus más queridas damas.
Busco triste a Julianera,
la hija del emperante,
pues me han tomado moros
mañanica de San Johane,
cogiendo rosas y flores
en el vergel de su padre.—198 —
Por aquellos altos montes
caballero vio asomare;
llorando viene y gimiendo,
las uñas corriendo sangre,
de amores de Moriana,
hija del rey Moriane.
captiváronla los moros
la mañana de Sant Johane,
cogiendo rosas y flores
en la huerta de su padre.
Todavía el labrador divide en doce partes una cebolla, y poniendo en cada una de ellas un grano de sal, se levanta antes que amanezca para averiguar en qué meses regará los campos en el año siguiente la benéfica lluvia; todavía la recatada doncella, a escondidas de su madre, rompe un huevo y lo coloca en el terrado o azotea, a las doce en punto de la noche, esperando a la mañana siguiente averiguar, por la figura que ofrezca, cuál será la profesión u oficio del futuro y desconocido dueño de su destino; otras más libres, sacan a la misma hora en punto, un segundo de más o de menos imposibilitaría la prueba, un cubo —199— de agua, en que es sabido ha de verse el continente del esperado esposo; o desnudo el albo pie, y bañado en una palangana, esperan escondidas tras de sus celosías la primera campanada de las doce para oír un nombre, desde entonces querido, si no han obtenido permiso para sumergirse en las azuladas ondas, en cuyo caso, saliendo a la hora misteriosa, misteriosamente lo han de escuchar. Todavía se ponen al sereno [4]hojas de alcachofa, de cardo o de salvia, para que florezcan antes de la madrugada; trigo, cebada o maíz para que nazca; siémbrase el lecho para que florezca, y búscanse con empeño granos de ruda para que sean madres las que los coman antes de cantar el gallo. No hay hombre, por descreído que lo supongamos, que no sacrifique secretamente un poco de su incredulidad al natural deseo de averiguar si los sueños de su ambición se verán cumplidos, ni muchacha casadera a quien no encuentre el día, en que la Iglesia conmemora al precursor de Jesús, en la melancólica situación de ánimo que tan bien retrata el siguiente romance— 200—, para nosotros uno de los más bellos que se han escrito en castellano:
Yo me levantara madre,
mañanica de San Juan;
Vide estar una doncella
ribericas de la mar;
sola lava, sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
Mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
«¿Dó los mis amores, dolos,
Dolos andaré a buscar?»
Mar abajo, mar arriba
diciendo iba el cantar;
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar:
dígasme tú el marinero,
que Dios te guarde de mal,
si los viste a mis amores,
si los viste allí pasar.
La ambición y el amor ¿queréis lograrlos hasta un punto que ningún mortal se atrevió siquiera a presumirlo? venid conmigo; mas ¿qué digo? ¿por qué han derivado la Torre de las Arcas?— 201 —
III
Si la víspera de San Juan, a punto de dar las doce de la noche, hubiérais estado al lado del pilar que, al pie de la torre de la Catedral, turba el general silencio con el monótono ruido de sus abundantes aguas, apenas estremeciera vuestro oído la primera vibración, con que el sagrado bronce anuncia la fatídica hora, cuando por encanto hubierais encontrado a vuestro lado dos extraños y por extremo de semejantes personajes.
Cubre al uno, de estatura menos que varonil, blanco ropaje al uso morisco, y lleva su rostro también de blanco cendal cubierto; mas las envidiosas telas no son bastantes a disimular la exquisita delicadeza de sus formas, y el paso, semejante al suave movimiento de los claveles movidos por la brisa de mayo; el pie menudo y la cintura frágil y flexible como el tallo de la azucena y, sobre esto, cierto —202 — perfume juvenil que toda su persona exhala, os hubieran delatado que es toda una princesa, y no de las comunes y de pacotilla[5] la que tenéis delante.
Acompáñala un fornidísimo y gigantesco negro, de sangrientos ojos, llevando en una de sus manos abultado manojo de pesadas llaves.
Si las torvas miradas, y, sobre todo, los robustos brazos del atlético etíope no os inspiraron pavor, acercaos sin miedo a la encubierta dama y ofrecedla galantemente vuestra compañía, que ella, al punto que tal ofrecimiento la fuere hecho, habrá de contestaros con voz más pura y armoniosa que la de los querúbicos coros: “Siga si quiere”.
Con esta respuesta, que cual suavísimo bálsamo se difundirá por vuestras venas, cobraréis tal aliento, que, en pos de ella, habréis de atravesar la distancia, algo más que mediana, que os separa de la Torre de las Arcas, a cuya puerta habréis de llegar precisamente al sonar la undécima campanada.
Abierta se halla la misteriosa Torre; graciosos manojos de delgadas y transparentes columnas sostienen arabescos arcos —203— de afiligranada argentería, que allá se pierden en dorados artesones artísticamente sembrados de perlas y zafiros; fuentes de azogue[6], saltando entre plantas de todos los climas, se recogen formando lagos de bullente plata; más lejos elegantes cuadras cubiertas de pérsicas alfombras muestran sus paredes con preciosas labores de alicatado, no de grosero barro compuesto, sino de riquísimos metálicos esmaltes, sobre que se alzan bordados arabescos de finísima plata que entre poéticas leyendas abren paso a escondidos alhamíes[7]; aquí, rodeadas de índicas[8] flores, anchas mesas cubiertas de todo género de apetitosos y exóticos manjares; acá, muebles entreabiertos no pueden contener la carga de gruesas y preciosísimas piedras que los agobian; más lejos, la ancha gradería que conduce a las habitaciones superiores, y todo esto profusamente adornado por antorchas, que reflejan en los lagos de azogue, en la plata, en el oro y en las piedras con luz tan varia y tan intensa, que no hubiera ojos capaces de sufrirla, si no fuera templada por las abundantes y aromáticas —204— ondas que continuamente exhalan escondidos pebeteros.[9]
Mas no os extasiéis en la contemplación de tantas bellezas; que ya la hermosa Galiana[10], tal es el nombre de vuestra compañera, ha pisado los umbrales de la encantada torre; ya separa el ligero cendal[11] de su rostro, que ninguna lengua humana será osada a describir; ya os mira con tiernísimos ojos, que penetran hasta el corazón y suspenden sus latidos; ya toma las llaves, que respetuosamente le ofrece su negro acompañante, en sus preciosas manos, y acercándolas a las vuestras os dice con un acento de suavísimo mando, capaz de hacerse obedecer de los verdugos infernales: “toma”.
Pero ¡ah, desgraciado! Loco, fuera de ti, sublimado a los cielos, te has olvidado de pronunciar el sacramental “daca”. [12]
Mira con qué rapidez desciende por la ancha gradería un severo sacerdote con los negros manteos[13] extendidos; mira con qué rapidez apaga las antorchas; mira cómo se estrechan y juntan los antes abiertos muros; oye que va a sonar ya la última campanada; pero no mires ni oigas; huye, si no quieres quedar sepultado en la —205— maciza Torre, o, al menos, preso por tu levita o tu gabán, como ya ha sucedido varias veces a otros tan imprevisores como tú.
¿Qué significa esta leyenda? preguntaremos nosotros para concluir. ¿Es una creación puramente arbitraria de la musa popular, o es el acento de dolor con que recuerda y llora beneficios de una civilización que le arrancó la intolerancia? Júzguelo el lector. A nosotros nos basta con cumplir el deber de consignarla, antes que el olvido la sepulte. Guárdela el papel, ya que las piedras que la recordaban han desaparecido para siempre.
FUENTE:
Castro y Fernández, Federico, “La torre de las Arcas. TRADICIÓN POPULAR”, Flores de invierno. cuentos, leyendas y costumbres populares, artículos, Impr. y Librería de J.G. Fernández, 1877. pp.192-205.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
NOTAS
[1] Del árabe Ál-Mería, lugar despejado, lugar desde donde se alcanza mucho con la vista, la vistosa. (Nota del autor)
[2] Alcazaba: recinto fortificado.
[3] Velada de San Juan. Véase lo que acerca de ella dice nuestro célebre D. Agustín Duran, en una nota a los romances moriscos: «Célebre alegre, libre y placentera fue siempre entre los moros y cristianos españoles la velada de San Juan Bautista. Inoculadas las costumbres de ambos pueblos, las de los moros fueron más galantes, y los españoles más celosos que lo eran antes de mezclarse y de tratarse
»En las noches de velada de ayunos de aquellos santos que disfrutaban esta preeminencia, pero. en particular, en la que nos tratábamos, por ser común a amigos y enemigos; rompíanse los cerrojos, caíanse los candados, descorríanse las celosías, abríanse las puertas y ventanas, descuidábanse celosos y todos confundidos en las pradera y en sitios campestres, gozaban de libertad.
La doncella, la casada, la viuda, podían ir aire libre, si las tenían gozar de sus intrigas amorosas, con menos recato al menos que en otras circunstancias. Y no se crea que estas fiestas eran saturnales; casi siempre el amor, legítimo o no, se expresaba o manifestaba por medios delicados, pues aun cuando los algo celosos estaban adormecidos, el escándalo, la falta de recato o de prudencia noche del 23 de junio – 195 —, los despertaba armados de puñales, de dogales o de venenos. No sólo las historias, las novelas, los romances, las canciones populares y las comedias españolas se esmeran en pintar la alegría, las galanterías de estas fiestas generales, sino que también retratan con viveza muchas de las trágicas escenas que al menor descuido daba lugar entre hombres, cayo ídolo era el pundonor y que jamás perdonaban un hecho que aun levemente pudiera mancharles Aunque la velada de San Juan ha perdido en las poblaciones grandes gran parte de su interés, aún conserva mucho en las aldeas y pueblos campestres.
Todavía se ven en ellos vestigios de lo que fue. Los jóvenes labriegos y pastores corren los valles y las praderas cantando coplas y dando música a sus novias; todavía enraman las ventanas de sus queridas con flores y ramos de frutales; todavía las muchachas acechan en las rejas la primera palabra que oyen para adivinar por ella si está lejano o próximo el día de tener un novio o si el que tienen les «será» fiel y llegará a ser su esposo; todavía echan la clara de un huevo en un vaso de agua cristalina para obtener a la media noche la figura de un navío que juzgan ha de formarse milagrosamente bajo la protección del santo. Y no se crea que esta fiesta encantadora se celebró solamente en bellos versos por los antiguos poetas: entre los modernos ha servido y sirve aun de asunto de inspiración, llena de un dulce sabor inexplicable.
Meléndez [Juan Meléndez Valdés] e Iglesias[José Iglesias de la Casa] y otros muchos poetas lo celebran en sus versos, acaso no los vanos blandos, suaves y apacibles que compilarán, como puede verse en sus obras. (Nota del autor)
[4] Al sereno: dejando al aire libre de la noche.
[5] De pacotilla: expresión coloquial, de poco valor.
[6] Azogue: mercurio
[7] Alhamí: Poyo o banco de piedra más bajo que los ordinarios y revestido comúnmente de azulejos. (Diccionario de la lengua española, RAE).
[8] Índicas: de la India
[9] Pebetero: Recipiente para quemar perfumes y especialmente el que tiene cubierta agujereada.
[10] Galiana: Hija del rey moro de Toledo, Galafre, y de la que se enamoraron Carlomagno y Bradamante, según las leyendas.
[11] Cendal: Tela de seda o lino muy delgada y transparente.
[12] Toma y daca: expresión proverbial “dar y recibir”.
[13] Manteo: capa larga con cuello, que llevan los eclesiásticos sobre la sotana y en otro tiempo usaron los estudiantes. (Diccionario de la lengua española, RAE).