La cruz del pósito
I.
El siglo décimo quinto
muere ya, de sus empresas
al panteón de la historia
dejando gloriosas fechas.
Es de noche: una ciudad
que es de la lealtad emblema,
de los árabes codicia,
y del suelo andaluz puerta,
muda al pie de una montaña
y en negras nubes envuelta
oye al huracán que silba
al sacudir las veletas,
y ve rasgar al relámpago
brillante las sombras densas.
El agua cae a raudales,
brama ronca la tormenta,
y no hay un bulto que cruce — 230—
las tristes calles desiertas.
Duerme Jaén; tal vez solo
dos hombres callados velan;
uno entre la sombra espía,
y otro al pie de una Cruz reza.
Quiénes son calla la historia,
mas la tradición lo cuenta,
y yo narrarlo pretendo
tomando al vulgo por lengua.
II
Vino a Jaén desde Flandes
doncel de noble presencia
capitán de aquellos tercios,
rico en honores y en rentas.
Buscando dulce descanso
a las fatigas guerreras,
casó con Doña Beatriz
hija de Iñigo de Uceda.
Mas tomó en mal hora estado;
que la dama ilustre y bella
se unió tal vez al de Osorio
por razones de nobleza,
y a otro hombre su pecho amante
daba adoración secreta — 231 —
mientras de esposa a Don Diego
daba la mano en la Iglesia.
III
Pasaron meses y años
y fuese tedio o sospechas,
de su pasión al de Osorio
quedaron solo pavesas.
Doña Beatriz del desvío
lloró en silencio la pena;
si no en el sitio herida,
lastimada en la soberbia.
Y así los días pasaron
guardándose ambos sus quejas
y abriendo con el silencio
camino a pasiones nuevas.
Y en orgías borrascosas
y en aventuras secretas
quiso de su amor primero
borrar Osorio las huellas.
II
En la casa de Gil Pérez
y en angosta callejuela
hay varios hombres reunidos
en redor de una ancha mesa.
Nobles son, si no en los hechos — 232—
al menos en la ascendencia
los que de Gil en la casa
ponen a un dado su hacienda.
Con ellos está el de Osorio;
pero con suerte tan negra,
que no tira vez los dados
que lo que marca no pierda.
Pero Don Diego no es hombre
que en sus propósitos ceda,
y así mientras más desgracia
más tesón pone en vencerla.
Luchando con su fortuna
perdió así puesta tras puesta
primero el oro y después
las alhajas y las tierras.
Ebrio de ira a su escudero
llama y que le traiga ordena
cierta joya a Beatriz dada
al desposarse, con ella.
Partió el escudero y pronto
volvió con esta respuesta:
«Doña Beatriz vuestra esposa
la joya a entregar se niega;
porque siendo según dice
de vuestros amores prenda,
solo a vos y por su mano
hará tan costosa entrega.
Para eso aquí se dirige
seguida de la su dueña;
salir vos a recibirla — 233—
Señor, que estará ya cerca. »
Rieron los jugadores,
montó el de Osorio en soberbia
y ciego salió a la calle
la mano en la daga puesta.
IV.
Volvió a casa de Gil Pérez
Osorio la vista inquieta,
lívido el labio y la frente
de frío sudor cubierta.
Puso en la mesa una joya
y al tirar con mano trémula
los dados, oyó en la calle
su nombre a una voz resuelta:
«¿En dónde está el asesino
de Doña Beatriz de Uceda?
justicia demando o plaza
para vengar tal vileza »
Puesta en la espada la mano
bajó Osorio la escalera;
que acaso de antiguos celos
sintió la herida entreabierta.
Tiraron los jugadores
dados y lámpara y mesa, —234-
y guardando las ganancias
buscaron raudos la puerta.
Llegó a la calle Don Diego
y hallándose un hombre en ella
cerró con él y de entrambos
fueron las espadas lenguas.
Más como iba Osorio ciego
y hallóse una mano diestra,
bien pronto corrió la sangre
que le quemaba en las venas.
V
Duerme Jaén, en sus calles
tan solo dos hombres velan,
uno entre la sombra espía,
y otro al pie de una cruz reza.
—Qué voto cumple el romero,
pregunta al que ora, el que observa.
—Vengo a rogar por las almas
del de Osorio y la de Uceda.
—¿Sabéis esa historia?
—Al cielo
pluguiese no la supiera,
y esta cruz no fuera entonces
mudo juez de mi conciencia.— 235—
—Luego ¿sois?....
Don Lope de Haro
de Doña Beatriz la bella
galán un tiempo, y más tarde
su vengador en la tierra.
Partió el romero; el espía
quedó inmóvil de sorpresa
frente a la piedra que el nombre
de cruz del Pósito lleva.
A otro día cuando el sol
iba a mediar su carrera,
entraba Don Lope de Haro
de San Francisco en la regla.
FUENTE
Guijosa y Gómez, Antonio, “La cruz del pósito”, en Francisco L. Hidalgo, Ángel del Arco, El Romancero de Jaén. (1862) Romance XXVI.
Edición: Pilar Vega Rodríguez