El aromo
(Tradición sevillana)
I
Bella es la ciudad que baña
el Guadalquivir undoso,
con sus floridos jardines
y con su torre del Oro
Con su gigante giralda,
que desde tiempo remoto
es gala de Andalucía
y de sus hijos asombro.
Muy bella es por Dios Sevilla
de hermosuras un tesoro
y de mujeres que ostentan
tez morena y negros ojos.
Más entre tantas delicias
conserva este pueblo moro
infinitas tradiciones
que preocupan a los bobos.
Una, muy acreditada
y original, sobre todo,
es, que en la casa en hay niñas,
y un jardín con un aromo,
a ominosa soltería
y celibato forzoso
quedan sujetas aquellas
y que nunca encuentran novio.
Y aunque no han faltado algunos
redentores oficiosos
que lo han llamado patraña[1],
con escándalo notorio
lo sigue el vulgo creyendo
porque lo creyeron otros,
y las doncellas prosiguen
condenando al pobre aromo.
II
De gracias mil y de beldad modelo
era en Sevilla la sin par Rosana,
de esbelto andar, y de mirar de cielo
incomparable, hermosa sevillana.
Y esto indujo a creer que apasionados
cien bales su beldad celebrarían,
y que más de dos mil enamorados
su mano con furor disputarían.
III
Pero con mucha extrañeza
del curioso vecindario,
tras un día y otro día
tras un año y otro año,
ni Rosaba fue al altar,
ni pretendieron su mano,
ni leyó frases melosas
en billetes perfumados.
Y esto que tan prontamente
los vecinos la observaron
lo observó también Rosana,
y diz[2] que con pesar harto.
Mil cuentos, dos mil hablillas
por la ciudad circularon,
que es pueblo que en murmurar
tiene singular agrado.
Y dijo no sé qué vieja
que de todo estaba al cabo,
y que lo cierto sabía
mas que era justo callarlo.
Y la vecina de enfrente
de no muy floridos años
murmuró todo lo que
se murmura en tales casos.
IV
En un jardín de regaladas flores
gozosa está la celestial Rosana,
al ver que el hacha corta de su aromo
las florecientes y crecidas ramas
Contemplarlas fue siempre su delicia
y aspirar de sus flores la fragancia,
y en los ardores del ardiente estío,
sombra la dieron y consuelo al alma.
Pero supo que el Dios del Himeneo[3]
jamás iría a visitar su casa,
a no cortar del árbol maldecido
las profundas raíces, tras las ramas
V
Desapareció el aromo
y su flor amarillenta
que grato olor esparcía
en el jardín de la bella.
Pasó un día y otro día
hasta semanas entera
y meses y años pasaron
y permaneció soltera.
VI
Concluyamos lector; murió el aromo,
y lustros más de diez contó Rosana
¿Pero no se casó? Triste es decirlo,
ni se casó, ni tuvo quien la amara.
FUENTE
Emilio Bravo. “El aromo”, El Norte (Madrid) 19/5/1853, n.º 7, p.8.
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[2] Diz: dice, voz antigua, en este contexto se pretende un estilo antiguo.
[3] Himeneo: dios de los esponsales en la mitología griega.