La Santa Cruz de Anglesola
Tradición catalana
Era en los primeros siglos del Cristianismo. A cosa de las cuatro de la tarde entraba por los portales de Anglesola un hombre de unos treinta y cinco años de edad, de morena y curtida tez, la que estaba cubierta por un tosco y holgado sombrero, con el vestido bastante destrozado, y enteramente cubierto de polvo, lo que indicaba que era un viajero y que venía de muy lejos.
Su aspecto, su aire resuelto y la alegría pintada en su rostros, indicaba que aquel hombre no era extranjero, ni era la primera vez que sus plantas pisaban las hermosas llanuras de Urgel, cuna de su niñez.
Su primer cuidado fue dirigirse al templo de Dios, que a la sazón estaba lleno de fieles ocupados en rezar vísperas, pues sabido es que en los primeros siglos de nuestra era el rezo de las horas canónicas era solamente una devoción, a la que acudían todos los cristianos, no siendo obligatoria para nadie, ni para los mismos sacerdotes, pues no se conoce disposición alguna antigua que obligase a los eclesiásticos anterior al decreto del concilio de Basilea de 1431 y al de Letrán, bajo Julio II y León X, los cuales sólo hablan de los beneficiados; pero más tarde, como se entibiara el fervor de los primitivos cristianos, quedó el rezo sólo para el clero.
Rezábase, pues vísperas cuando entró en la iglesia nuestro peregrino, quien con paso rápido y seguro se adelantó hasta las gradas del altar, postrándose en tierra con el más religioso fervor.
Era tanta la emoción que en tales momentos embargaba su espíritu que sus labios parecía que no se atrevían a despegarse para dejar hablar al corazón. Este, embargado por el inefable placer que lo inundaba, no sabía cómo expresar su reconocimiento hacia aquel Dios que le había permitido hacer tan largo y piadoso viaje, que le había concedido la gracia de visitar los Santos Lugares que Él regó con su sangre preciosa: que le permitió besar y rezar con lágrimas de amor las piedras del Santo Sepulcro, y que por último le había devuelto sano y salvo a la aldea que le vio nacer.
En tal estado estuvo el devoto peregrino mucho rato hasta que volviendo en sí de aquellos dulces afectos que absorbían por completo su atención, se encontró casi solo en el templo.
La lámpara que iluminaba el Sacramento permitía ver a un grupo de jóvenes curiosos que deseaban saber quién era aquel peregrino que oraba con tanto fervor postrado ante el tabernáculo.
Por fin se levanta y su primer cuidado es buscar en uno de sus bolsillos un objeto que no puede distinguirse lo que sea, pues está enteramente cubierto; con el mayor fervor lo besa varias veces, arrancando de su pecho amorosas lágrimas; después de estrecharlo contra su corazón lo deposita de nuevo en su bolsillo, y con paso tranquilo se aleja de la iglesia.
Muchos años hacía que este hijo de Anglesola faltaba de su pueblo natal, por cuya razón no es extraño que no fuese reconocido al entrar de nuevo en su patria. Pero después de visto por sus hermanos fue inmensa la alegría que experimentaron al volverlo a estrechar entre sus brazos, y más al oír sus relatos que les hacía de lo que había visto.
Pero, mucho mayor fue su gozo al saber que era portador de un precioso tesoro que traía consigo, un pedazo de la Cruz en que nuestro Redentor murió; no pudiendo contenerse, convinieron en notificarlo a sus parientes y al párroco, los que de común acuerdo resolvieron llevarla al día siguiente en procesión a la iglesia, como así se hizo.
Apenas el sol extendía sus dorados rayos por el frondoso llano de Urgel, la casa del devoto peregrino estaba rodeada de fieles cristianos, que ávidos esperaban el momento de ver y besar la Santa Cruz. Llegó por fin el momento deseado.
Las campanas fueron echadas a vuelo, el sacerdote y la población entera se dirigieron hacia la afortunada casa y cantando el solemne cántico de “Los tres niños” y el salmo Laudate pueri Dominum[1], se dirigieron a la iglesia, colocando en el altar mayor la santa reliquia.
Durante muchos días, multitud de fieles de los pueblos comarcanos acudieron para ver y adorar la preciosa reliquia, siendo numerosos los milagros que obró y que demostraron su autenticidad.
Los prodigios que cada día obraba eran numerosos acudiendo a la Santa Cruz siempre que se veían amenazados de algún peligro, especialmente en las tormentas.
Cuando al aparecer el cielo encapotado con negras nubes y dejando oír los roncos mugidos del trueno, que parecen hacer retemblar la tierra de espanto en las tardes de verano y en época próxima a la recolección de los frutos, hermoso era el ver la piedad de aquellos fieles, que llenos de fe, con el corazón contrito, el cuerpo postrado en tierra y ojos arrasados en lágrimas, pedían al Dios de las misericordias detuviese su brazo airado, por mediación de aquel precioso madero en el que se obró nuestra Redención.
Consolador era entonces el contemplar cómo, disipándose la tormenta, aparecían de nuevo los resplandores del astro del día, o caía sobre aquellos campos una benéfica lluvia que los llenaba de frondoso verdor.
Esta devoción ha venido practicándose hasta hoy día; más, por desgracia, no se ven siempre los prodigios que antes obraba. No es que la Santa Cruz haya perdido su mérito, ni que Dios no pueda obrar el mismo favor, no, si hoy las sequías convierten en un árido desierto este fértil país, y las tormentas no se disipan al aparecer el sacerdote por el dintel de la puerta con la santa reliquia, es porque ha desaparecido de entre nosotros aquella fe y aquellas cristianas costumbres que eran la fuerza de nuestra España y la envidia de todas las naciones. Aquella divina promesa de pedid y recibiréis, está todavía en pie y seguirá estándolo hasta el fin del mundo. Todo se pasa, pero Dios no se muda, decía Santa Teresa.
Más, sigamos nuestro relato.
II
Muchos años habían transcurrido desde la llegada a Anglesola de la santa reliquia, cuando, un día, un vicario que había en dicha población, deseando poseerla, la tomó y se marchó. Anduvo toda la noche, que estaba muy oscura, muy contento de llevar consigo tan gran tesoro, sin contar que los juicios de Dios son muchas veces opuestos a los que forman los hombres. Después de haber andado mucho, sentóse para descansar, en ocasión de empezar a rayar el alba, pero cuál no sería su asombro al ver que a pesar de haber andado tanto, se hallaba a un cuarto de hora escaso de Anglesola, de donde se figuraba estar muy lejos; viéndose entonces perdido, escondió la santa reliquia en un montón de estiércol, de los muchos que allí había, con intención de volver a recogerla, y volvióse a su casa, sin ir por la reliquia ni el mismo día ni a los siguientes.
Al llegar aquí nada nos dice la tradición, ni si dicho vicario murió en castigo de su sacrilegio, ni por qué razón dejó de volver enseguida por la reliquia, si bien no sería extraño lo primero, esto es, que muriese a los pocos días.
De todos modos, no se pasó mucho tiempo sin que dejara ver la Providencia Divina el punto donde se hallaba el pedazo de la santa Cruz. En efecto, se produjo una avenida de agua, o una rubina[2], como la llaman en el país, que inundando toda la llanura se llevó tras sí cuanto a su paso halló, incluso, como es de suponer, los montones de estiércol que había en el campo en que estaba escondida la santa Cruz; pero ¡oh, prodigio! todos habían seguido la corriente de las aguas menos uno, que era el que contenía la santa reliquia.
Este prodigio fue notado por un pastor, a quien extrañándole semejante fenómeno, y sospechando hubiese algo dentro del montón de estiércol, dio un puntapié al mismo, descubriendo enseguida la santa Cruz.
Seguramente este pastor no sería de Anglesola, pues ignoraba que aquello fuese la tan celebrada reliquia, ya que se la metió en el zurrón, alegrándose solamente de haber encontrado una cruz, la cual era toda negra, sin duda por el efecto de la acción del estiércol sobre el metal de que estaba cubierta.
Después de haber andado un rato, tentó el zurrón y ¿cuál no sería su asombro al no encontrársela? Entonces retrocede, y siguiendo el camino andado la encuentra de nuevo en el mismo montón de estiércol. Vuelve a recogerla y la pone de nuevo en su saco; pero al cabo de poco rato nota de nuevo su falta, retrocede otra vez y la encuentra en el mismo punto.
Preocupándole entonces el prodigio corre a notificarlo al pueblo de Anglesola, cuyos habitantes, después de cerciorados del hecho, y llenos de gozo, cual la mujer del Evangelio después de haber hallado la pieza de oro perdida, devuelven a la iglesia, en solemne procesión la santa reliquia; en recuerdo del cual hecho se llama todavía Tros de les tres creus[3], el campo en que fue hallada la Cruz.
Apenados entonces los vecinos de Anglesola de que estuviese tan maltratada la cubierta que encerraba la reliquia, determinaron de hacerla limpiar por un platero de Lérida, lo que en efecto hicieron.
(Se continuará)
III
—295—Después de pasados los anteriores sucesos continuaron la piadosa costumbre, cuando les amenazaba algún temporal, de salir el sacerdote a la puerta de la iglesia sosteniendo en sus manos la santa Cruz y conjurando las nubes, saliendo, como todavía se hace, por una de las tres puertas del templo, según el punto de donde vienen las nubes, viéndose muchas veces partirse y disiparse al conjurarlas el sacerdote con la santa Cruz; pero cada vez que esto hacían, en vez de disiparse la tormenta, como antes sucedía, por el contrario, eran más fuertes los pedriscos.
Profundamente conmovidos estaban los vecinos de Anglesola por tal excepción, pues era tanta la fe que tenían, y tienen todavía la mayor parte de los habitantes en la Santa Cruz, que si al aparecer por el horizonte nubes de mal presagio no fuese el campanero a tocar las tres señales acostumbradas y no saliese el sacerdote con la reliquia, seguramente lo pasarían mal; siendo muchas las fábulas que respecto a esto se cuenta, como por ejemplo, el que una vez, lleno el sacerdote de santo celo, dio un puntapié, lanzando a cierta distancia su zapato, que no fue encontrado, pues se lo llevaron consigo los malignos espíritus que habían traído la borrasca, lo que indica la buena fe y candor de nuestros abuelos.
Alarmados, pues, procuraron averiguar la causa de semejante cambio. Después de varias pesquisas e indagaciones, vinieron a saber que el platero que había limpiado la cubierta de la reliquia tenía otra igual, por lo que, sospecharon se hubiese quedado con la verdadera, y les hubiese hecho otra parecida. Determinaron, pues todos los prohombres[4] de Anglesola ir a Lérida con la Cruz —296— que tenían e intimar al platero para que les devolviese la verdadera. Así lo hicieron, pero el platero seguía afirmando que la imitada era la que él tenía, siendo la verdadera la que les había entregado.
No satisfechos los conselleres[5], le exigieron una prueba, que consistió en poner en la fragua del platero las dos cruces, teniéndose por verdadera la que fuese respetada por el fuego. Así se hizo; pero no bien habían colocado las dos cruces sobre las llamas, cuando la verdadera, que era la que se había quedado el platero, dio un salto colocándose sobre los hombros del conceller o regidor primero, consumiéndose la otra.
Contentos, pues, de la prueba, y después de dar gracias a Dios, regresaron placenteros a Anglesola, llenando de consuelo a sus convecinos al contarles lo sucedido, y al poder adorar de nuevo la Santa Cruz que ha venido siendo hasta ahora el consuelo de toda la comarca.
Hoy día esta reliquia, que gracias a la amabilidad y fina atención del muy reverendo cura Párroco de Anglesola pude ver con detención, presenta la forma de cruz. Es de grandes dimensiones, pues tendrá unos quince o dieciséis centímetros de longitud el brazo vertical, y unos ocho el horizontal, siendo de unos dos centímetros su ancho y su grueso, de suerte que es una de las reliquias mayores de la Santa Cruz.
Se halla encerrada en una cubierta delgada de plancha, al parecer de oro, en la cual hay esculpidos varios toscos grabados, indicio de su mucha antigüedad, entre los cuales se ven los cuatro símbolos de los evangelistas, uno en cada brazo de la cruz, habiendo otro, que parece representar el descendimiento de la cruz.
En su centro, hay un pequeño corte, también forma de cruz, que permite ver la madera, la que está sin labrar, siendo de un color oscuro como el nogal, si bien no puede apreciarse mucho,
Luego, esta cruz, con la cubierta que he expresado, está colocada dentro de otra cruz de plata dorada, la que tiene varios adornos y enteramente cincelada. Esta cruz es mucho más moderna, pues a juzgar por sus dibujos ha de ser de últimos de siglo pasado. En el centro tiene un cristal que permite ver la abertura crucial que hay en la cubierta primitiva de la reliquia. El conjunto estaba colocado sobre una peana de plata dorada de la misma escultura, la que fue robada en al años 1852 con otros tesoros de la iglesia, ascendiendo el total robado a cinco arrobas y media de plata. Muchos de Anglesola están en la firme convicción de que si los ladrones hubiesen llevado consigo la santa Cruz, no habrían podido consumar su criminal intento, porque un milagro de la misma lo habría impedido, tal es su fe en la santa reliquia.
Más tarde se construyó otra peana, que es la que hay actualmente, que consiste en un pie redondo, del cual se eleva un sustentáculo vertical, colocándose a su terminación la santa Cruz, y habiendo en cada lado un pequeño ángel que sostiene un candelero. A pesar de esto, el conjunto es bonito y causa un efecto agradable.
La reliquia está guardada en la iglesia parroquial y colocada en el altar que lleva el nombre de la Santa Cruz, que es el último de la derecha, o sea el que forma el crucero.
Antes de terminar hablaré del reparto público de pan que se hace anualmente el día 3 de mayo, festividad de la Santa Cruz y fiesta mayor de la villa.
No sé si llamar a este acto caridad pública o simple devoción, pues no he podido averiguar el origen, que debe ser muy antiguo, ni tampoco tiene los caracteres de una verdadera limosna, pues se da todos los que se presentan ricos y pobres, y son muchas las personas ricas del mismo Anglesola, de Tárrega y demás alrededores que se disputan el ser los primeros a recoger el pan.
Se hace del modo siguiente. Al llegar a Pascua de resurrección, el mismo domingo, o el lunes, pero generalmente es el domingo, pasa el Ayuntamiento por el pueblo, y pide de casa en casa si quieren dar trigo para el pan e la Santa Cruz.
Pocas son las personas que dejan de dar, aunque sea poco, y si no pueden, prometen darlo en verano cuando recojan la cosecha. Lo que se acostumbra a reunir es de treinta a treinta y tres cuarteras, y si falta para este tipo, lo paga el Ayuntamiento.
Una vez reunido el trigo, se lleva al molino, que tiene la obligación de molerlo de balde, como también de cocerlo el panadero.
Llegado el día de la fiesta, se coloca el pan en un altar que para esto hay destinado, que es el primero que se encuentra a la izquierda. Por la mañana, se cantan los oficios divinos, después de los cuales se saca la santa Cruz para bendecir todo el término del pueblo. Por la tarde, se hace una solemne procesión, después de la cual se bendice el pan y se reparte a todos los que se presentan, dando cuatro a cada uno, pues el pan que se hace en Urgel es pequeño, pesando poco más de dos onzas cada uno, de modo que se da unas diez onzas a cada persona.
Este pan generalmente no se come, sino que se guarda, o se parte en pedazos pequeños que se introducen en un canuto de caña, que se cuelga en los árboles del término, en la persuasión de que, por ser el pan de la santa Cruz, al igual que ésta les preservará de los pedriscos y tormentas.
Una cosa hay bastante rata, y es que este pan bendecido, si se guarda, esté en el sitio que se quiera, no se enmohece; lo único que hace es apolillarse, lo que no deja de ser extraño, pues si hace muchos días que el pan está cocido, cuando no está bendecido, como en todo este país se deja bastante crudo, se enmohece muy fácilmente.
Mucha es, pues, la fe y devoción que hacia la santa Cruz tienen los habitantes de Anglesola, la que está justificada por los prodigios que Dios ha obrado por ella, y que seguirá obrando mientras no se entibien su fe y sus religiosas costumbres.
FUENTE
Soler Carrillo, Manuel. “La santa cruz de Anglesola. Tradición catalana”: La Hormiga de Oro, año I, 3ª semana de abril de 1884, n. XVI, pág. 249 y 295-296
Edición: Pilar Vega Rodríguez
[1] Cántico de “Los tres niños”: antiguo himno de alabanza que se canta desde los primeros tiempos del cristianismo inspirado en el capítulo III del libro de Daniel. Los tres jóvenes judíos Sadrac, Mesac y Abdénago, fueron condenados por el rey Nabucodonosor a perecer en un horno encendido por no haber aceptado sacrificar a los ídolos. Un ángel los salvó de la muerte.
[2] rubina: rovina, f Fang, brossa, que deixa una riuada a les vores del riu. Dictionari català. http://www.diccionari.cat
[3] Tros de les tres creus : lugar de las tres cruces
[4] Prohombres: 1. m. Hombre de personalidad muy destacada, que goza de gran consideración (RAE, Diccionario de la lengua española)
[5] Conselleres: magistrados.